En Italia, en el día de la mujer trabajadora, se regalan mimosas, las
flores alegres y amarillas de la primavera, símbolo del retorno, de la
vida y de la renovación. La lucha y los logros de la mujer trabajadora,
la que se incorporó a las fábricas en masa en el siglo XIX, es para
echar flores.
De ser consideradas niñas o incompetentes, poco a poco consiguieron
el control legal sobre sus ingresos, sobre su estado civil, la mayoría
de edad ante la ley, la entrada en la educación pública donde la hubiera
(primaria y universitaria), el acceso a los mismos trabajos liberales
que los hombres (profesoras, médicos, ingenieras) donde anteriormente su
entrada había sido vetada, abortos legales con cuidados médicos, o
mayor control sobre su propia capacidad reproductora.
Pasos gigantes, pero pasos que tomamos juntos. No caigamos en la
trampa de hacer de la lucha de las mujeres una lucha separada, como si
de otro tema se tratara. Juntos con sus compañeros las mujeres han
estado en todas las luchas obreras del siglo XX. Juntos hombres y
mujeres trabajadores han conseguido la semana de 40 horas, juntos la
jubilación retribuida, juntos la salud pública, y juntos la
indemnización por paro. Beneficios que nuestros abuelos y bisabuelas nos
consiguieron y que hasta hoy hemos disfrutado.
Así ellas, sí lucharon, con el doble de fuerza para tener que
enfrentarse al patriarcado y a la patronal, inseparables el uno del
otro. Pero no creamos que la lucha ya ganada, quieta se queda. No hay
más que ver la reciente retahíla de “reformas” en merma de estos avances
duramente adquiridos. ¿Nos quedamos pasivamente asombrados? Parecería
que nos hubiéramos olvidado contra quiénes nos enfrentamos y que lo
tenemos que enfrentar juntos, entrelazando íntimamente la lucha obrera
con la lucha feminista.
Recordémonoslo. En el Congreso de Constitución de la CNT, en 1910, hace más de un siglo, ya se afirmó lo siguiente:
“[...H]emos de considerar que la disminución de horas de trabajo
de muchos de nosotros la debemos indirectamente al penoso trabajo de las
mujeres [póngase “inmigrante” para hoy en día] en las fábricas;
mientras tanto que muchos de nosotros permitimos que nuestras compañeras
se levanten de la cama antes de las cinco de la mañana y nosotros
permanezcamos descansando, y cuando la mujer acaba de derramar su sangre
por espacio de doce horas, para mantener los vicios de un explotador,
llega a su casa y en lugar de un descanso se encuentra con un nuevo
burgués -compañero- que con la mayor tranquilidad espera que haga los
quehaceres domésticos […]”.
En el mismo congreso constitucional se subraya esa doble explotación y proponen una manera de aminorarla. Declaran que: “Entendiendo
que para lograr su independencia la mujer necesita del trabajo y por
consiguiente éste es penoso y mal retribuido. Proponemos: 1º Que el
salario responda a su trabajo con idéntica proporción al del hombre
[...]”.
Veintiun años más tarde los compañeros insistían en esa brecha salarial. Exigen “[q]ue
el tipo de salario mínimo establecido será aplicado indistintamente a
hombres y mujeres y que no se permitirá la realización de ningún trabajo
con remuneración inferior a dicho salario mínimo” (III Congreso de la
CNT, 1931).
Como es de suponer la dictadura no mejoró las cosas y en 1979 se vio
en un Congreso la necesidad de insistir en la cuestión: “Exigencia de la
implantación general de la equiparación de salarios entre hombre y
mujer” (V Congreso).
¿Cómo mejoran las mujeres sus condiciones laborales para ayudar a
conseguir ser libres; cómo, pues, cerrar la brecha? Nosotros desde la
CNT lo vemos claro. En 1910 el hecho de afiliarse y la mejora de las
condiciones laborales son tan estrechamente relacionados que los
incluyen en el mismísimo punto: “Que sea deber de las entidades que
integran la Confederación Nacional del Trabajo Española, se comprometan a
hacer una activa campaña para asociar a las mujeres y para disminuir
las horas de labor” (1910). No sólo deben afiliarse pasivamente y formar partes de comités especiales porque “queda
sobrentendido que las mujeres han de pertenecer a los sindicatos, y,
por ende, a sus juntas administrativas, técnicas, etc.” (II Congreso,
1919). El último congreso (2010) hizo hincapié en lo mismo y puntualiza
que “[e]l aumento de afiliación y de participación de las afiliadas en
la vida del sindicato [es un] objetivo a conseguir”.
En nuestra sociedad actual tenemos más personas trabajando así que
¿por qué es que seguimos en las mismas, con las 40 horas que ganaron
nuestros abuelos? ¿Por qué las cifras de afiliación son tan parcas? Y
para los que creen que el paro es un fenómeno reciente que sólo tiene
arreglo en un “crecimiento” económico, remito al análisis hecho justo
antes de la guerra civil.
“El paro obrero, que ha sido ocasionado por el desarrollo de la
maquinaria, desarrollo tan notable que permite que una mujer cuide hoy
veinte telares cuando ayer sólo podría llevar uno o dos, ocasionando
también por la irrupción de la mujer en las actividades de múltiples
trabajos que antes estaban reservados a los hombres; el paro que, en
fin, es un producto de múltiples contradicciones capitalistas, no puede,
no debe de ser solucionado por la clase trabajadora imponiendo a ésta
el sacrificio de repartir el trabajo en las condiciones que hoy se hace.
La razón queda perfectamente explicada si tenemos en cuenta que el paro
tiene su determinación en el desarrollo siempre creciente del
maquinismo y en la irrupción cada día más numerosa de las mujeres en el
mundo de la producción. En estas condiciones el paro obrero no solamente
no tendrá fin, antes el contrario, puede afirmarse que tenderá a
extenderse de tal manera que, siguiendo el procedimiento del reparto del
trabajo, las masas obreras llegarían a trabajar solamente dos, uno y
hasta medio día a la semana. Y este reparto que a simple vista parece
estar inspirado por móviles generosos y altruistas, en la práctica sería
la causa del empobrecimiento y depauperación de las masas obreras. Sin
embargo, en potencia la solución está dentro de este sentido del reparto
del trabajo. Repartir el trabajo, sí, pero sin que se produzca el más
leve decrecimiento en la capacidad adquisitiva de los trabajadores. La
máquina ha venido a libertar al hombre del esfuerzo agotador del trabajo
organizado. Y puede afirmarse hoy que dentro de los grandes
contrasentidos del régimen, el mayor de ellos lo constituye el hombre
libertado de la esclavitud del trabajo muriéndose de hambre” (VI
Congreso de la CNT, 1936).
Como dice el X Congreso del sindicato anarcosindicalista, “[l]a
CNT no crea estructuras 'terapeúticas' sino que incorpora la cuestión de
la explotación de la mujer trabajadora al núcleo central de la lucha
por una sociedad más libre y más justa” (2010).
Hoy día con la nueva reforma laboral recién decretada, las mujeres
afrontan un claro retroceso en las luchas que han ganado en el pasado.
En vez de cerrar la brecha laboral, se va a ampliar (cuanto más
inestable sea el empleo, más despidos van a haber en el colectivo
femenino por estimarlo menos “entregado” a la empresa) y en vez de
dedicar más horas a la vida y la familia, las horas extraordinarias
ahora permitidas van a ir en detrimento a la reconciliación familiar,
para citar sólo dos ejemplos.
Esta reforma sólo nos recuerda que el otro lado siempre está al
acecho y en cuanto dejemos de lucha, toma posición para sacar más
beneficio de nuestro trabajo. La mejor forma, para no decir la única, de
defendernos, y no sólo de defendernos sino de ponernos en la ofensiva,
es sindicarnos, las mujeres juntos con los hombres, sin líderes, sin
dineritos del estado, sin burocracia. En la CNT.
La lucha nos brinda flores, y flores nos debemos echar, pero sin
nunca olvidar que la lucha les ha dado el espacio para florecer y sin
ella, marchitando van.
www.cnt.es
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